El ser humano sabe que su existencia es limitada, y aunque se empeñe no puede controlar ni cuándo comenzó ni cuándo terminará. Es probable que esa certeza nos conduzca a una planificación meticulosa de nuestro porvenir individual. Distinto es que esa previsión venga impuesta desde la cuna o como consecuencia de decisiones propias.
Sin embargo ningún constructo puede obviar que los seres humanos somos hijos del albur, aún reconociendo que siempre buscaremos minimizar sus efectos, reconduciéndonos hacia algún tipo de refugio previsto en la previa planificación que hemos asumido, un remanso de seguridad.
Lo deseemos o no siempre es posible que un encuentro casual con alguien inesperado en un momento oportuno puede cambiarnos la vida. A veces se confunde ese alguien inesperado con alguien providencial. No es lo mismo. El providencial carga con tus propias obligaciones, las resuelve o eso se le exige; el inesperado te pone frente a un cruce de caminos, y ahí eliges. Por eso aunque después parezca ha sido intrascendente en nuestras vidas, que sólo hemos puesto en práctica el plan previo, debemos reconocer que gracias a ese “alguien inesperado” nuestros planes ha salido adelante, o han saltado por los aires y nos obligó a elaborar un nuevo proyecto para nuestro futuro.
Vicente Ferrer i/y Pérez de León fue alguien inesperado. Nadie podía suponer que llevaría a cabo una labor de formación en jóvenes adultos que se consideraban perfectos para incorporarse al resto de sus vidas. Al menos yo no lo esperaba. Otros que se mantuvieron cerca de él podrán decir que pasó después de que despareciese de mi vida. Digo de cuanto viví.
En uno de los breves contactos posteriores le vi sufrir cuando falleció nuestro condiscípulo Alfonso. Y cuando hablé con él tras un accidente de tráfico poco tiempo después sentí que ese sufrimiento seguía muy presente. Ahí me di cuenta de que probablemente Alfonso fuera, o fue, un alguien inesperado para don Vicente, y desde entonces una idea no ha dejado de estar presente en mi vida profesional y personal: me reconozco incompleto, y por ello sufro y celebro por cada uno de los seres humanos inesperados que me he ido encontrando en el deambular de cada día, y sólo uno o dos como don Vicente han sido de tanta importancia para el transcurso y desarrollo de los planes previstos y así lo reconozco.
Don Vicente, que la tierra le sea leve, y el recuerdo permanente.