Subtítulo: Con la nariz tapada
Tras las felicitaciones de rigor por el nuevo año, y hoy mas que nunca eso del rigor, me comentaba algún conocido que si llega a saber lo que iba a hacer Rajoy en el Gobierno, no hubiese ido a votar con la nariz tapada.
Me lo decía alguien que nunca votó a partido alguno de derecha, alguien que siempre osciló entre PSOE e IU, pero que esta vez creyó a pies juntillas que la solución económica pasaba por inyectar liquidez en los consumidores, y que sólo podría conseguirse con menos impuestos y aún con desdoro del estado social, por el que en todo caso habría que volver a luchar. Ya no le quedaba confianza en unos dirigentes socialistas que se habían especializado en la técnica del avestruz. No dice que se rindió, pero si que había que ser realista con el entorno que había tocado vivir, y que como demócrata que cree en la democracia le resultaría insoportable vivir en un país al que unos tiburones de las finanzas imponían los gobernantes, tal como en Grecia o Italia. Había visto cómo en Portugal el nuevo gobierno de derechas había recortado bruscamente los derechos económicos de los ciudadanos, pero quienes les votaron sabían que los nuevos gobernantes iban a actuar de tal modo, por lo que ninguna sorpresa podían alegar.
Aquí, en activa – mítines – y en pasiva – al no contestar a Rubalcaba en el debate televisado – Rajoy y su equipo afirmaron sin desmayo y orgullo que los impuestos no subirían, y es mas, incluso que bajarían porque esa fue la receta del mejor Aznar para salir de la crisis de los años 1993/96.
El que más y el que menos, ante la invocación del mito aznarista, dio por bueno que Rajoy no se atrevería a mentir, entendiendo por tal que donde dije digo, digo diego. Cuando a posteriori se revisasen las políticas económicas aplicadas, lo más probable es que la bajada no fuese tal, pero si todo iba saliendo bien nadie se acordaría de ello. Mas o menos como con Aznar.
Nadie quiso pensar que Aznar pudo realizar esas políticas porque liquidó el patrimonio del abuelo – el patrimonio del Estado –, que como tal había sido heredado de los anteriores gobiernos. Hoy nos dicen que los anteriores no dejaron nada en la caja ni en el cajón, siquiera el camafeo de la abuela que resulta que también fue requisado en almoneda: que si el sector público, que si las participaciones en sociedades estatales, estratégicas y no. Las comunicaciones, el correo, las eléctricas, el petróleo, en manos muy privadas, cuando no extranjeras.
Sin embargo, y es verdad, no parecía que en país tan católico el milagro de los panes y los peces fuese a tener fin. Ya no se trataba de un ministro educado cerca de los Chicago Boys, léase Solchaga, un futuro socialista en la cuna del liberalismo económico mas populista, aunque estudiase en el MIT. No se trataba de un ricachón de familia como Rato, que con las aguas de Solán y otros negocios, entre ellos los radiofónicos (la “Rueda Rato”). Se trataba de que si cualquiera podía ser Presidente del Gobierno, cualquiera podía ser Ministro de Economía, y porqué no, todo un potentado. Conserjes que adquirían fincas en Bolivia; poceros que tenían yate y jet; incluso condenados en firme en pleno auge social y político. Era la construcción la que permitía que en España cualquiera pudiera hacerse rico, como en los años ochenta, según frase célebre del ministro socialista citado mas arriba.
Pero de eso seguiré hablando en la siguiente entrada.
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